Introducción
Revisando el
reciente informe de Ponemon (2016), patrocinado por Experian, publicado en mayo
de 2016, sobre el manejo del riesgo interno a través del entrenamiento y la
cultura, queda en evidencia que los programas de entrenamiento en seguridad y
privacidad de la información de las empresas requieren una revisión en
profundidad.
Las estadísticas
indican que las brechas de seguridad se ocasionan por la falta de cuidado o
negligencia de los empleados al exponer información sensible o al caer en los
engaños de los ataques de phishing.
Estas realidades muestran que las estrategias educativas utilizadas no están
transformando las prácticas de las personas y sólo les están entregando
información base sobre lo que debería ser.
Si la estrategia que
se sigue para motivar cambios en las acciones de las personas en la protección
de la información están articuladas en un currículo detallado de temas a
cubrir, clases magistrales y validación de conocimientos mediante aprobación de
exámenes, la seguridad de la información y la privacidad terminan siendo una
temática más a cubrir dentro de los entrenamientos que las personas deben tomar
para asegurar que, por lo menos, conocen sus responsabilidades frente al
tratamiento de la información.
En este sentido, los
procesos de entrenamiento o formación en seguridad y privacidad, se desconectan
de la práctica real de las personas, privilegiando la repetición de un conjunto
de conceptos y conocimientos, los cuales deben ajustarse a los estándares
mínimos que la empresa tiene respecto del tema. Por tanto, los contenidos del
entrenamiento se convierten en la tabla memorizada de lo que significa proteger
la información y la forma como la persona le dice a la empresa que ha cumplido
con la exigencia del curso asignado dentro de su plan de formación.
Con este panorama y
entendiendo que cada empleado es un “depósito de conocimiento”, en el cual cada
uno debe tomar las acciones más adecuadas, los procesos de capacitación en
seguridad y control se convierten en la extensión de una lectura mecánica de la
organización, donde en el aula, de manera descontextualizada, se trata de
“inyectar” los conceptos propios del aseguramiento de la información, esperando
que los comportamientos cambien por el sólo hecho de haber aprobado con una
calificación mínima las pruebas que se realizan para validar que sabe del tema.
Adicionalmente, el
informe de Ponemon (2016) sugiere estrategias basadas en la cultura que provean
incentivos para movilizar comportamientos que protejan la información ajustados
a los parámetros esperados por las empresas y de igual forma, sanciones por los
comportamientos negligentes que impacten las finanzas de los empleados y
restrinjan beneficios alternativos previstos por la organización.
En consecuencia,
este documento presenta una reflexión conceptual sobre cómo quebrar el
paradigma educativo vigente en seguridad de la información e ilustrar algunas
características de la acción educativa
que superen la instrucción como paradigma de formación y se habilite una
distinción educativa corporativa que medie la relación entre la persona y su
entorno.
La formación en seguridad de la información. La vista
desde la cultura organizacional basada en la administración científica
Las organizaciones
herederas de la vista de la administración científica del trabajo, entienden
que las personas son recursos que deben mantener un nivel de productividad
asociado con las labores que tienen encomendadas. La planeación, los
indicadores y los seguimientos son la realidad natural de cualquier empleado en
una organización basada en el paradigma mecanicista de planteado a principios
del siglo XX para las empresas.
Bajo estas
condiciones, la empresa espera que los individuos conozcan los detalles de sus
actividades, para lo cual establecen por lo general procedimientos y normas que
definen lo que es adecuado y apropiado según las necesidades de su operación.
En ese escenario, los documentos normativos buscan disminuir la incertidumbre
de la actuación de las personas y volver predecible el comportamiento de
aquellos.
De otra parte, esta
estrategia de delimitación de acciones individuales, le indica al sujeto un
referente particular de la realidad que está validado por el contenido del
documento, limitando su capacidad de crítica o cuestionamiento sobre lo que
allí se expone, creando un imaginario que se comparte en el hacer de sus
actuaciones corporativas y que, por lo general, viene asistido por sanciones
que censuran a todos aquellos que no se ajustan con dicho lineamiento.
En consecuencia, si
se requiere formar o instruir a una persona en esta lectura empresarial,
necesariamente debe atender a los métodos de aprendizaje que aseguren que las
personas son capaces de memorizar y repetir los conceptos claves de lo que
requieren hacer y que conocen de forma explícita las actividades que deben
realizar para asegurar que el proceso se cumple de la forma especificada y los
resultados son los esperados.
Habida cuenta de lo
anterior, si entendemos que la educación, como dice John Ruskin, no significa
enseñarle a una persona algo que no sabía, sino convertir en alguien que no
existía, los procesos de formación o instrucción corresponden a prácticas que
crean líneas base de conocimientos y referentes de cumplimiento normativo, para
disuadir a un individuo que se ajuste a un comportamiento esperado por la
empresa y por tanto, concordar con el modelo de actuación que ella quiere.
Las bondades de las
estrategias de formación e instrucción previamente comentadas, permiten a los
participantes saber qué tanto conocen la forma cómo la empresa quiere asumir la
incertidumbre del entorno y la forma como serán evaluados sus comportamientos
en desarrollo de las actividades propias de sus cargos. En contraste, las
personas no tienen espacio para pensar, ni proponer alternativas de ajuste como
quiera que es la empresa la que define lo que es pertinente y relevante para
sus empleados.
Educando en seguridad de la información. La acción
educativa como fuente de transformación del comportamiento individual
De acuerdo con
Castillejo (1987) la acción educativa busca provocar en el individuo “estructuraciones,
integraciones u organizaciones” para motivar una reintegración funcional de la
teoría con la práctica. Entender esta lectura educativa como una vista
integrada, permite al individuo reconocerse como parte de un entorno donde
actúa y referenciar sus conocimientos propios sobre su saber particular frente
a las decisiones que debe tomar.
En consecuencia, la
acción educativa debe atender los siguientes elementos claves: (Colom y Núnez,
2005, p.121-126)
- Conseguir la finalidad educativa de los procesos concretos que se desarrollan. Esto es, aspirar a una formación coherente e integral que supere la sola adquisición de conocimientos.
- Generar en el sujeto actividades estructurantes, o conformadoras del modo de ser solicitado en los objetivos o finalidades educativas. Lo anterior, demanda la elaboración de una práctica sistémica de la educación que integre la práctica con la teoría.
- Motivar una resolución mediadora entre el sujeto y el ambiente. Lo que significa desarrollar una relación permanente con el entorno donde se encuentra que le permita adaptar, modificar, optimizar, etc., sus propias reflexiones, que aumente el repertorio de propuestas disponibles por el individuo.
- Transferir las lecciones aprendidas a otras situaciones diferenciadas. Esto significa, generar un conjunto de nuevas prácticas generalizadas que pueden ser adaptadas a otros momentos y circunstancias como base de las actuaciones del individuo debe asumir en su devenir.
- Ajustar de acuerdo con cada individuo, según sus capacidades y exigencias, la propuesta de formación educativa. Esto es, reconocer la individualidad del sujeto, sus singularidades y su realidad social como parte de un todo en el cual actúa y es influenciado.
- Renovar el cuerpo de conocimientos adquirido cada cierto tiempo, reconociendo que la acción educativa no se limita a la duración de los planes de estudio. Esto demanda explorar posibilidades de formación no formal, en manos de empresas, instituciones públicas y privadas, que busque no solo adaptar a los individuos a las nuevas necesidades, sino que los habiliten para ser sujetos activos de su propio aprendizaje.
- Desarrollar cada vez más actividades más complejas, fruto de la inestabilidad del entorno y la incertidumbre de los tiempos actuales. Lo anterior, supone que el individuo se reconozca dentro de una situación contingente social y culturalmente, lo cual le permite ser parte de las transformaciones que se producen a nivel global.
Si revisamos cada
uno de estos elementos, en el contexto de la educación corporativa en seguridad
de la información, estamos reconectando al individuo frente a su práctica de protección
de la información, integrando los saberes propios y lecciones aprendidas de tal
forma que la formación que se presenta, no es exclusiva de una lectura
propuesta por la organización, sino que hace parte de una forma concreta de
apropiación del concepto que el individuo asume al reconocerse parte del
entorno y que tiene la potencialidad de cambiarlo desde la nueva lectura de
significados que este crea frente a los saberes desarrollados.
Así las cosas, si se
ha demostrado que lo que se hace se aprende más fácilmente que aquello que sólo
se lee o estudia, es claro que las formaciones en el aula respecto de entrenamientos
en seguridad y control no son la forma más adecuada para motivar la
transformación de los comportamientos de los individuos. En este sentido, las prácticas
dirigidas desde el hacer, que generen controversia y contradicción, permiten
revelar las posiciones particulares de los educandos, generando un escenario
dinámico donde la teoría y la práctica comparten un mismo escenario.
La acción educativa
como propuesta sistémica de la formación en seguridad de la información, cambia
el escenario artificial del aula como sitio donde se produce el aprendizaje,
libera a los participantes del ejercicio de órdenes, obediencia y autoridad que
provoca la relación estudiante-maestro, y habilita al individuo para que asuma
su propia lectura de la realidad, reconociendo sus saberes previos, con el fin
de provocar en él posiciones más maduras y críticas, fruto del aprendizaje que
comparte cuando toma de decisiones con otros.
De modo que, la
formación tradicional y escolarizada, ha demostrado generar resultados
inestables y poco duraderos, como quiera que se restringe la creación de
significados distintos para el conocimiento adquirido y la postura hegemónica
que trae inscrita en su estrategia pedagógica, deslinda al individuo y sus
saberes, tratando de imponer una realidad bajo parámetros establecidos.
Por tanto, si
entendemos que el proceso de toma de decisiones es un aprendizaje en sí mismo
(De Geus, 2011) y que la acción educativa se decodifica en este proceso, la
formación que se plantee para cambiar los comportamientos de los individuos,
particularmente en seguridad de la información, deberá llevar al participante
en “la tesitura de la elección, de la
decisión, (…) con el fin de que ejercite su capacidad crítica, valore cada una
de las alternativas, y elija la que considere más adecuada, fundamentada en
criterios de racionalidad y responsabilidad” (Colom y Núñez, 2005, p.135).
De esta manera, la
acción educativa aplicada, ya no sobre la instrucción en seguridad de la
información, sino desde una educación en seguridad de la información, que propicia
escenarios alternativos donde el individuo se enfrenta a situaciones inciertas,
inestables y cambiantes, para tomar decisiones adecuadas al contexto donde se
encuentra, ajustadas moralmente a sus referentes axiológicos y asistidas por
los saberes que ha apropiado en el ejercicio real de la protección de la
información.
Construcción de confianza. Un ejercicio de aprendizaje
en seguridad de la información
Un buen ejercicio educativo
supone autoconstruir y reestructurar lo conocido, es decir, motivar una permanente
lectura alterna de la realidad del entorno, para repensar y asumir la
incertidumbre como fundamento de las actuaciones actuales y futuras. Un proceso
de aprendizaje y desaprendizaje real, que cuestiona lo que hemos aprendido,
nutre los saberes propios y reconecta la práctica con la teoría.
En este contexto, la
realidad que asume la práctica de seguridad de la información en una empresa,
siempre será plural, es decir “nunca tiene una causa única”, lo que significa
que puede tener múltiples significados como personas puedan leer la situación y
abordar su tratamiento. Así las cosas, al ser la seguridad de la información un
ejercicio de reconstrucción social de la manera como cada individuo entiende y
actúa frente a la protección de la información, su percepción, no solo es
efecto de lo que ocurre, sino causa misma de lo que sucede.
Habida cuenta de lo
anterior, no son sólo los cambios del entorno los que determinan la adaptación
misma de la empresa frente a sus prácticas de seguridad y control, sino las
pruebas no realizadas, las construcciones incompletas de la realidad que se han
evitado terminar, las explicaciones que generan restricciones autoimpuestas y
la ignorancia compartida de aquellos que se han convencido de porqué ciertas
cosas no pueden hacerse o intentarse (Gore, 2012, p.67).
En consecuencia,
sólo es posible movilizar cambios en las prácticas de seguridad y control, “si hay quien se atreva a instalar, aunque
sea pequeñas modificaciones sostenidas en el tiempo” (Gore, 2012, p.35) de
comportamientos distintos, que terminen siendo parte de la cotidianidad de la
organización y sus actividades. Por tanto, lograr estos cambios demanda
comprender que en cada toma de decisiones ocurre un proceso de aprendizaje, un
proceso social que conecta la realidad de los participantes y permite hacer distinciones
nuevas que amplíen el espectro conocido de su “saber hacer” y revelar las
condiciones más trascendentes, afectadas por la calidad de los vínculos que
estas tienen.
Como quiera que “cualquier desempeño individual remite a un
desempeño colectivo en función del cual las contribuciones singulares cobran
sentido” (Gore, 2012, p.43), la transformación de la práctica de la
seguridad de la información inicia en la realidad de los individuos, en aquello
que logran hacer diferente y descubrir a través de los “quiebres” de la
realidad. Lo anterior, supone una incorporación de una competencia, que conecta
el hacer, el pensar y el ser, permitiendo ensayos psicológicamente seguros,
para cruzar los umbrales conocidos y crear nuevas propuestas para repensar sus
propios fundamentos de la protección de la información.
Entendiendo que el
aprendizaje es también una construcción social (Gore, 2012, p.142), las
decisiones que se toman alrededor de la protección de la información deben
traducirse en nuevas prácticas, las cuales deben ser aplicadas y reconocidas
por aquellos que participan, así como por sus pares. Esto se convierte en un
ejercicio de confianza que conecta actividades específicas del negocio y la
misión de la empresa, con la evidencia que es requerida para corresponder con
las expectativas que ésta tiene para el cumplimento de sus objetivos (Parenty,
2003).
De acuerdo con
Perenty (2003, p.41) cuatro son los objetivos de confianza de las
organizaciones:
- Mantener la confidencialidad corporativa
- Conocer sus contactos de negocio
- Controlar la información y las transacciones
- Validar las actividades realizadas y su información
Estos cuatro
objetivos, en una “creciente densidad de
conexiones digitales y la datificación de las actividades diarias”
(Auricchio y Káganer, 2015) se difuminan de forma acelerada, como quiera que la
dinámica de la realidad demanda condiciones flexibles de acceso, las cuales dan
paso a una seguridad y control basado en el uso, lo cual comporta la
experiencia y sabiduría digital del individuo para actuar en momentos y
contextos inciertos, complejos y ambiguos, y así motivar una educación
holística que reconozca la red interconectada de intereses corporativos, como
el tejido digital y humano que nutre el desarrollo de la persona en lo
intelectual, emocional, social, físico, creativo/intuitivo, estético y
espiritual (Yus, 2001).
De donde se infiere que, la
seguridad de la información no gravita sobre el reconocimiento y efectividad de
las tecnologías de protección disponibles, sino en las posibilidades que se
presentan cuando el aprendizaje en el tratamiento de la información implica
acciones conjuntas de las personas, las cuales cambian el statu quo en
contextos específicos. Esto es, configuran un sistema de protección de la
información que no reside en los individuos, sino que es el patrón mismo de sus
interrelaciones; una propiedad emergente que define una capacidad colectiva
para comprender una situación dada y probar o falsear sus supuestos en la
acción (Gore y Vázquez, 2010).
Dicho lo anterior,
la acción educativa como propuesta de transformación de los comportamientos
individuales en la protección de la información, parafraseando a Colom (2002) “debe
iniciarse por la construcción del conocimiento de la práctica de la seguridad de la información, que es lo mismo que
decir, por la construcción del conocimiento del estudiante”, con el fin de
reconocer el proceso fundacional del saber individual, que permite desarrollar
una propuesta académica, basada en situaciones contradictorias y abiertamente
ambiguas, donde el estudiante tome las decisiones, basado en los significados
construidos sobre su base de conocimiento y deconstruidas desde su contexto
cultural.
Reflexiones finales
Si bien el resultado
del estudio de Ponemon (2016), revela las limitaciones actuales de los programas de
entrenamiento en seguridad y privacidad y sus recomendaciones apuntan a una
combinación de estos, basados en el juego y la práctica lúdica, con una cultura
de “garrote y zanahoria” donde los ejecutivos sean el ejemplo del
reconocimiento de los riesgos propios de la inadecuada protección de la
información, no orienta sobre prácticas concretas que cambien la lectura
mecánica del entrenamiento actual, el cual claramente no conecta el saber y el
hacer, creando un imaginario parcial y desarticulado de la forma como un
individuo debe proteger la información.
Es por esto, que se
introduce la acción educativa, como una propuesta sistémica de formación, que
reconecta las parcelas del saber y el hacer en un mismo escenario, donde el
individuo se hace uno con el entorno, y es capaz de reconocerse como parte del
todo. Esta perspectiva, aplicada el mundo de la seguridad de la información, releva
a la instrucción plana que se ha acuñado en las organizaciones, para crear
escenarios de quiebre y cambio conceptual en las personas, para que tomen
decisiones en entornos tanto conocidos como volátiles, inciertos, complejos y
ambiguos.
Si aceptamos que “educar es una actividad destinada a que un
hombre pueda realizarse, y que se puede entender como un sistema, pero un
sistema dinámico, interactuante, que afecte incluso su propio devenir”
(Colom, 1987) la formación en la empresa sobre la seguridad de la información,
desde la acción educativa, debe llevar a la organización a ser un ámbito de
aprendizaje. Esto es, enseña a sus colaboradores a trabajar en equipo, comparte
y se nutre de los significados de sus lecciones aprendidas, motiva el
pensamiento innovador frente a las exigencias del entorno y asume el error como
parte del proceso de construcción de conocimiento (Gore, 2015).
Luego, el
entrenamiento en seguridad de la información deja de ser una tarea más que se
debe cumplir en el plan de desarrollo individual y se convierte en una
oportunidad para aprender en la práctica, donde la teoría se hace realidad,
desde el ejercicio real de confrontación de las situaciones particulares.
Lo anterior supone
permitir a los participantes darse una idea de cuál es el imaginario de su
práctica, sorprenderse respecto de la realidad que debe asumir, construir
nuevas posturas que privilegien el bien general sobre el particular y
finalmente apropiar distinciones inexistentes que superan el desafío inicial y
ahora se vuelve parte del conjunto de saberes del individuo.
En definitiva, la
acción educativa debe motivar la reflexión en la acción, que no es otra cosa
que la síntesis del conocimiento en la acción, un movimiento teórico-práctico
que ofrece pautas de transformación del comportamiento en el hacer, a través de
un diálogo con la realidad, que exige simbolizar y socializar los significados
que se construyen sobre los conocimientos adquiridos.
Por consiguiente, para la
seguridad de la información, la acción educativa constituye un reto de construcción colectiva, que
asume el aprendizaje como una ruta de construcción de confianza, la cual se
alcanza no sólo en el cumplimiento perfecto de los procedimientos y normas de
seguridad y control, sino en el ejercicio imperfecto de la toma de decisiones
frente escenarios adversos, complejos y ambiguos.
Referencias
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Gore, E. (2015) La educación en la empresa. Aprendiendo en
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Perenty, T. (2003) Digital defense. What you should know about
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